OBSERVAR PARA SER OBSERVADO
¿Crear o robar imágenes? Es el dilema profundo del fotógrafo moderno. Bruce Gilden, fotógrafo de Magnum, lleva haciendo fotos sin permiso muchísimos años, dando fogonazos de flash en la cara de las personas que caminan por las calles de Nueva York, aparentemente sin problema alguno. Por el contrario, Richard Kalvar, también de Magnum, presume de no hacer fotos nunca a nadie sin contar con su permiso, pues considera que el vouyerismo ejercido sin consentimiento ajeno es una forma clara de violencia.
Mi dilema personal se mueve más allá del formalismo explícito del permiso expreso del fotografiado; se trata más bien de la complicidad tácita entre el creador de la imagen y el ser recreado en ella.
Observar para provocar que uno se vea observado es el detonante de la interpretación que como fotógrafo busco. Movido por la curiosidad, el acercamiento casi en lo íntimo interactúa sobre la persona desencadenando momentos reveladores que buscan lo que a primera vista no es visible y que en muchas ocasiones acaban mostrando almas desnudas. Entonces, pedir o no permiso ya es lo de menos.
Concibo la misión del fotógrafo como la del creador de instantes, de historias personales, sin la mayor trascendencia, no por haber estado fortuitamente en el momento idóneo, sino de haber provocado que las escenas sucedan de forma natural, sin invadir la existencia de otros. ¿Cómo? Pues no diría que de manera fácil, pero sí creo que debería ser sin forzar nada: solo con la mera acción que provoca el que observa desde el silencio, sin interferir, solo mirando.
Se observa solicitando la complicidad del observado para conseguir que finalmente el observador se convierta de nuevo en observado a través de su obra. No, no es un engañoso y retorcido juego de palabras, es más bien un círculo virtuoso en el que todos participan desde el principio, poniendo en armonía las emociones. Bajo la silenciosa dirección del fotógrafo que, sin doblegar voluntades, es capaz de dirigir a las personas para que no interpreten nada más que su propia esencia y se conviertan en actores de su autenticidad, que sacan de si mismos la expresión de sentimientos profundos.
La secuencia de conducta que aplica el fotógrafo, ya asumida como un conocimiento inconsciente, provoca, y luego capta, eligiendo exactamente el instante preciso en el que todo es tan real como inventado para la toma. Después, cuando todo está ya en su momento justo, el fotógrafo, que ha adquirido dominio técnico para luego olvidar todo lo aprendido, solo aplica su creatividad reglada por una única norma moral: que todo suceda de verdad.
Luego, la obra que nació de la observación volverá a ser observada por los demás, con la atención puesta en reconocer en ella que lo único que fue verdadero fue el deseo de contar una historia que a los ojos de cualquiera tendrá su mayor virtud en su sinceridad.
Lo que nadie podría apreciar en la imagen es que si allí no hubiera estado alguien observando, eso nunca hubiera ocurrido.
Manuel Viola
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